Un Curso de Milagros José Luis Molina
José Luis Molina
Maestro de Dios, fundador de la Escuela de Terapeutas del Espíritu, escritor y conferenciante.
Desde niño viví bastante desconectado de mi entorno. No era
bueno en nada; ni en los estudios destacaba ni en los juegos infantiles, ni
seguramente como hijo, ya que jamás recuerdo que me dieran premio alguno o me
felicitaran por nada, por el contrario, más recuerdo las reprimendas de mi
madre y su zapatilla volando tras de mí. Una biografía bastante común supongo,
ahora que tengo más perspectiva de las cosas, pero en su momento era mi el
mundo y me parecía adverso. De ahí supongo que me vienen los recuerdos hostiles
de aquellos años, la sensación de lejanía con lo que me rodeaba el mundo, y mi
desconexión junto a la fingida y forzada relación de conformidad que tenía con
mi propio medio como modo de supervivencia.
Fui un niño introspectivo. Apenas comuniqué esta soledad, no
tuve con quien hacerlo ni en mi entorno expresó nadie queja alguna que alentase
la mía. Aislado viví mi infancia. Aprendí que aquel desastre era el orden. La
normalidad en la que parecía que todo discurría me hizo pensar que sólo yo era
el inadaptado, el minusválido, y también, que la propia vida era eso, una vida
incompleta, recortada y castrante, donde la posibilidad de llegar a completarse
era nula. Y me acostumbré a eso, a vivir a medias, restringido y menguado.
Traté de creerme que no había más.
Según fui creciendo fue aumentando mi desorientación,
rodeándome cada vez de más defensas, de movimientos aprendidos y nada naturales
para irme adaptando. Ya en mis años de bachiller comencé a pensar que no podía
ser real tanta vacuidad e inconsistencia como me rodeaba. Vivía en una
insatisfacción profunda que compaginaba con el resto de mis actividades pero
que no podía obviar.
Fue precisamente en aquellos días cuando me sucedió un pequeño
y breve acontecimiento que me introdujo la necesidad de buscar esa pieza que
debía faltarle al engranaje de mi vida y que la mantenía una insatisfacción
gris.
Estudiaba por entonces en un colegio de franciscanos. La
mañana de los domingos asistíamos todos los estudiantes a misa, como una
recomendación de nuestros tutores. Uno de aquellos festivos, mientras asistía
rutinariamente a la misa, en el instante después de la consagración, mientras
el sacerdote levantaba la ostia para exponerla a los asistentes y decía las
palabras tantas veces repetidas: -Éste es el cuerpo de Cristo – me hice como un
rayo unas preguntas: ¿Será verdad que eso es el cuerpo de Cristo? ¿Vendrá Dios
a ocupar esta forma aplastada y blanca para ayudar a los hombres? ¿Existirá
finalmente Dios aun en este mundo sin sentido?
La respuesta parecían dármela la actitud de respeto de todos
los mayores, asistentes voluntarios a la misa, no como yo, que lo hacía por no
figurar en la lista de ausentes que nos leía el padre Matías el lunes en clase
y por sus pequeñas represalias. Por aquel entonces, cuando apenas tenía 16
años, los mayores representaban todavía la cordura. Su presencia y acuerdo con
el acto sembró la duda razonable de que tal vez fuera cierta Su existencia.
Entonces una voz desde mi interior me dijo esperanzada: – Y si eso es cierto,
¿Qué haces tú a aquí distrayéndote con nada?- Y aprendí en aquel momento que si
existía Dios y era probable, nada me importaba más que buscarle, que estar con
Él. Supe en aquel momento y de una forma cierta que a Su lado me sentiría de
nuevo completo. Y ese descubrimiento recorrió todo mi cuerpo de adolescente
como una corriente eléctrica. Comprendí en aquel momento que yo no pertenecía a
este mundo y me propuse encontrar la salida.
De mayor he visto llegar al Curso a muchas personas, y la
mayoría es por un descalabro importante en su vida, lo mío fue más suave, o tal
vez no, de cualquier forma, insoportable. Todos tenemos que llegar a ese punto
donde la falta de salidas nos haga decir: “tiene que haber otra manera”.
Desde entonces comencé a interesarme por Su existencia y la
forma de llegar hasta Él. Lo hice en primer lugar, no podía ser de otra forma,
a través de la iglesia católica, pues ahí sentí el primer aguijonazo. Varios
años de aprendizaje y de apostolado seglar compusieron estos primeros intentos
emocionados de aproximación al Ser. Duraron hasta mediados mis estudios
universitarios ya en Madrid. Por entonces fue cuando se frustraron mis
esperanzas de encontrarlo. Fueron intensos aquellos años luminosos de
esperanza, que como un cirio antiguo ardió encendido hasta que la llama llegó a
aquella base de cera teñida roja que anunciaba el final, porque de ese mismo
modo finalizó, dejándome en la más absoluta oscuridad.
Ni el propio capellán que acompañaba al grupo supo decirme
lo que me pasaba ni aliviar mi desconcierto ni mi soledad. Pero la pregunta
estaba hecha y no habrían de cerrarse las puertas hasta encontrar esa salida,
que me había propuesto, sin darme cuenta, años atrás.
De ahí pase al yoga y las filosofías orientales. Un alivio
librarme del pecado y sus consecuencias, de la rígida férula de las estructuras
católicas, un alivio la libertad aparente de aquellas enseñanzas. Mucho menos
duró este periplo, pues supe que estaba metiéndome en otra estructura
religiosa, aunque disfrazada de exotismo y modernidad por la lejanía de su
procedencia. Algo había aprendido. Los más “avanzados” miraban hacia oriente y
yo seguía la moda. A partir de ahí fue un picoteo de disciplinas las que a
continuación me interesaron, prácticamente todas las que en la época se
ofrecían iban suscitando mi interés; Meditación transcendental, Reiki, Energía
universal… y finalmente el Reberthing. Digo finalmente porque de su mano llego
el Curso a España y a mi conocimiento.
Mi interés por el Curso surgió inmediatamente después de
conocerlo. Andaba como digo practicando y estudiando el Reberthing, por el año
1.990-1991 cuando me leyeron directamente traducido el inglés los primeros
párrafos. Lo utilizaban para apoyar las materias que impartían y como destilado
de un perfume fino nos regalaban alguna de sus afirmaciones. Sonaban redondas,
acertadas y extrañamente familiares.
Más tarde comenzaron a circular las fotocopias de una
traducción apócrifa al castellano y con ellas formamos el primer grupo de
estudios al que asistí. Todos nosotros neófitos absolutos, pero entusiastas de
aquel material cerrado e incomprensible entones, pero tan atractivo, que
sostuvo mi interés.
Con la publicación a finales de 1.992 de la traducción
oficial comencé una lectura más consistente y al año siguiente acometí el libro
de ejercicios. Rosa Mª Wynn la traductora del Curso al castellano, ha sido y es
mi maestra principal. Tuve la suerte de participar del grupo que montó su
primer viaje a España y desde entonces, hasta el despertar de su mente, no me
he alejado de ella, aumentando con los años el contacto que tuve con ella. Me
influyó poderosamente haberla conocido personalmente y ver en ella vibrar las
enseñanzas del Curso. En sus charlas me apoyé para superar los primeros
momentos de estupor mientras trataba de conectar con el contenido de sus
páginas.
Al contrario que muchos otros estudiantes nunca deje
completamente su estudio, si bien tuve temporadas más relajadas, pues lo
compaginaba con una extraordinaria dedicación profesional que absorbía gran
parte de mi tiempo.
No obstante, debió ser a comienzos de la década del 2.000,
cuando sin mediar otra justificación que tal vez la añoranza de los primeros
tiempos más conectado con el Curso, empecé a despertarme a media noche
completamente lúcido, situación que aproveché para retomar su estudio. Estas
lecturas que normalmente comenzaban entre las 2 y 3 de la madrugada, recostado
en una esquina del sofá de mi casa y arropadas por el silencio de la noche,
dieron una profundidad y sentido extraordinarios a esta nueva fase de estudio.
Comencé una compresión más profunda al conectar los diferentes conceptos que
sostenía por separado, y fui descubriendo la coherencia que los unía y le daba
consistencia.
Podría decir que ése fue mi segundo reencuentro con el
Curso. Duraron aquellas vistas al sofá tres o cuatro años, lo mismo ocurrían en
festivos que en días lectivos, leía un par de horas y acababa dormido entre los
cojines hasta la hora de levantarme, sin que jamás manifestara cansancio o
decaimiento alguno en mi trabajo.
Como conclusión a esta fase intensa de estudio y
coincidiendo con un taller de Rosa Mª Wynn para la formación de maestros,
escuché de una forma muy clara la Voz del Espíritu en mi mente diciéndome:
-Deberías declararte maestro de Dios-
Jamás pensé encontrarme en una situación así. Había
escuchado a estudiantes, alumnos de Rosa Mª Wynn, hacer esa declaración en su
presencia al final de sus talleres y siempre me había parecido pretencioso e
inútil. Ahora me encontraba en una situación inaudita para mí. Ante mis dudas y
vacilaciones la Voz prosiguió hablándome:
-¿Qué crees que es ser maestro de Dios?, ser maestro de Dios
quiere decir, ponerte a la disposición-
Y lo comprendí clara y meridianamente. No sé si fue para
evitarme el mal trago de la declaración en público que le respondí:
-Tú ya sabes que estoy a tu disposición-
Su contestación fue rápida:
-Pero lo tienes que decir-
Y me puso a los pies de los caballos. Inmediatamente escuche
otra voz bien diferente en mi ayuda:
-Mira, ya tienes la invitación, ahora prepárate a conciencia
y cuando estés listo te declaras-
Me venía bien esa propuesta, pues alejaba de mí ese trago
doloroso de la declaración en público que tanto y tan en secreto había
criticado, y en esas me entretuve no sé cuánto tiempo buscando una excusa para
aplazar o evitar pasar por aquello, pero de pronto, tuve un golpe de claridad y
me di cuenta del ridículo de mi posición, ante aquello tan extraordinario, yo
me mostraba renuente. Estaba escuchando la Voz y yo haciéndome el distraído. No
recordaba una ocasión como ésta y estaba a punto de desaprovecharla. Me decidí
sin pensar más, e hice el acuerdo conmigo mismo de declararme. No tuve que
dirigirme esta vez al Espíritu, nada más haberlo resuelto, mi cabeza se volvió
expansiva y sentí como si estuviera en comunicación con todo. Entré en un
espacio de gozo extraordinario, como si el simple hecho del asentimiento a la
invitación del Espíritu tuviera rendimientos.
Y en esas estaba, colgado del “nirvana” cuando la Voz me
bajo a la tierra diciéndome:
-Esto es el comienzo-
Y se acabó la conversación. A los tres días me declaré ante
la mirada complacida de mi maestra Rosa Mª Wynn y del resto del público, no sin
apuro, pero muy convencido. Recordaré siempre la cara de satisfacción de Rosa
Mª que sabía daba comienzo etapa importante en mi vida de estudiante,
declararme maestro de dios. Siempre sentí su cariño, apoyo y reconocimiento.
Reconozco que, sin la invitación directa del Espíritu, no
hubiera dado este paso con la solvencia que lo di y lo gradezco. En efecto, me
cambio la vida. No tengo apuro en presentarme de ese modo y me gusta ver a
veces mi misma cara contrariada en algunas personas que se sorprenden de mi
soltura defendiendo el título que yo mismo me otorgué. Voy con ellos
perdonándome los juicos que hice a tantos hermanos que antes que yo, y en mi
presencia, habían hecho la misma declaración.
A los pocos días abrí mi primer grupo de estudio del Curso.
Declararme maestro de Dios fue otro de los puntos de inflexión en mi vida como
estudiante del Curso. Hacía unos años había dejado mi actividad profesional,
fueron treinta años trabajando como arquitecto y ahora estaba dispuesto a
cambiar mi estudio por un grupo de estudiantes del Curso.
Otro momento importante en mi vida fue la fundación de la
Escuela de Terapeutas del Espíritu. Sería por el año 2.015 y después de varios
años practicando con el grupo de mis estudiantes la psicoterapia, me pidieron
que les enseñara a realizarla. La psicoterapia que enseño, es el resultado de
haber externalizado la autopsicoterapia que aprendí con Rosa Mª Wynn. Es un
proceso sencillo de perdón guiado con un resultado extraordinario, porque lo
que se alcanza es, ni más ni menos, que el milagro.
Comencé con mi primera escuela en Madrid y sucesivamente la
llevé a Murcia, Valencia, Granada, Vigo, Ibiza, León. Por otra parte, en mis
viajes por América la mostré en Brasil y México donde actualmente hay dos
escuelas en marcha en león (Guanajuato) y Monterrey. Actualmente hay muchos
maestros formados en esta disciplina complementaria al estudio del Curso
haciendo psicoterapias con mayor éxito cada vez.
A veces recuerdo aquel parón que el Espíritu me dio cuando
accedí a declararme maestro cuando me recordó; “esto es el comienzo”. Sin duda
que lo fue, pues la psicoterapia es otro peldaño más en mi estudio del Curso.
Un peldaño muy importante, porque puso en mi mano un instrumento valiosísimo, el
más poderoso que nadie aquí podemos tener el perdón. La práctica del perdón es
la única practica que debemos adquirir y como dice el Curso una y mil veces, lo
que aprendemos es lo que enseñamos y lo aprendemos mientras lo enseñamos.
Practicar el perdón guiando el de los demás, es un modo
directo de aprender a perdonar y ver los resultados que con el perdón se
obtienen, fue la forma de consolidar en mí este hábito. En efecto, ha sido un
cambio cualitativo muy importante en mi vida de estudiante, nunca tuve hasta
entonces la visión de ver actuar al Espíritu como guía de todo el proceso,
desde el principio al final ¿Cómo no cambiar cuándo le ves presentarse y
dirigir todo el proceso, sólo con invitarle?
La confianza es el primero de los atributos de los maestros
de Dios, y en ese apartado me atascaba siempre. Me parecía tan difícil, que
procuraba pasarlo lo más rápidamente posible. La psicoterapia ha hecho que
comience a experimentarla y a perder mi antigua desconexión con ese concepto.
Hay una ganancia extraordinaria al ver siempre al Espíritu al frente de este
proceso, su éxito, su solvencia, la seguridad con la que finalmente actúas
cuando tomas su mano, sin miedo esta vez, por fin con confianza, acompañado
siempre.
Ha sido un peldaño muy significativo para mí. Puedo recibir
a cualquiera que me solicite ayuda y sanar su dolor al momento… y verme a mí
mismo dentro del proceso, guiado, dirigido, utilizado por el Espíritu para
traer un milagro al espacio que el perdón prepara cuando elimina la culpa
oculta… y no hay lugar mejor.
Cuando comencé a realizar estos perdones en público, acudían
a veces maestros de Dios que decían que esta práctica era ajena al Curso. Tal
vez fue uno de los motores de que me propusiera escribir un libro, un manual
donde se relatara el origen de la psicoterapia, su mecánica y sobre todo su
conexión completa con las indicaciones que el propio Curso va desgranando a lo
largo de sus mil páginas. Manual para una psicoterapia, acabó llamándose.
Agradezco al Espíritu que me haya mostrado este camino
precioso, como agradecí en su momento “Los Cimientos del Cielo”, o la hermosa
meditación de “Tu manto protector”.
Me gusta pensar que estoy al final de mis ciclos de estudio,
en el último de los peldaños, porque la tengo emprendida con la muerte, con
aprenderme su irracionalidad. Pones en duda el Cielo, pero no pones en duda la
muerte. No obstante, podrías sanar y ser sanado si la pusieses en duda. Este
párrafo dio un vuelco a mi vida. Después de llevar más de 25 años leyendo el
Curso, topé con él como si fuera la primera vez y debió de serlo, porque
descubrí con él una puerta extraordinaria a la verdad. Describía mi estado
profano, “pones en duda el Cielo” por supuesto “pero no pones en duda la
muerte” por supuesto igualmente, para continuar diciendo sólo con ponerlo en
duda sanaras y podrás sanar. -Sólo con ponerlo en duda- comenzó a repicar en mi
mente, sólo dudar de las características de la muerte. Y comprobé que estaba en
condiciones de dudar de ella. No me pedía nada imposible. Y me puse feliz.
No se puede encarar la muerte por sí mismo, la diseñamos
para que nos derrote y ocurre en todos los casos, pero con el Espíritu en mi
mente me veo seguro. Ésa es la forma, de su mano siempre, con Él puedo hacer el
viaje tranquilo y ganador. Cuando por fin pueda encerrar a la muerte en el
lecho de olvido donde ella enterró mi verdadera naturaleza, la recuperaré para
mí y el mundo y ya no será un estorbo para mi paz ni la de mi mundo.
Y ahí estoy, con mi último empeño, desprestigiar a la
muerte, apearla de su pedestal, recopilando datos sobre ella, construyendo un
ensayo completo que acabará siendo un libro y publicando cada día mis “píldoras
para despertar”, que apuntan en la misma dirección. Desde los primeros días de
este año, y nada más despertar, escuchaba en mi mente; “píldora para despertar”
y me venía una frase preciosa que apoyaba mi propósito y así cada día hasta que
decidí recopilarlas y las ando publicando para reforzar en mi mente las
enseñanzas que contienen:
“La muerte no es la Voluntad de Dios”
“No hay una forma santa de morir”
El cuerpo es tan incapaz de morir como de sentir.
Morir no es una opción, es seguir con lo mismo.
Ver el final del camino me sostiene, cada vez más firmes y
seguras las afirmaciones del Curso, cada vez más estable en su estudio y
comprometido con escuchar sólo la Voz que el Padre pudo en mi mente cuando
decidir huir.
Espero que la biografía de mi vida no tenga más capítulos,
que alguien escriba para mí el último; “Despertó desde la felicidad más
absoluta, repartiendo la paz en la que andaba envuelto.” Así, con sencillez,
sin aspavientos, presentando la normalidad que se avecina.
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